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Publicación en la Revista Ñ de Clarín

¿Cuándo Platón y Cuándo Prozac?

Dialogar con la filosofía es un excelente camino para soltar y resolver la problemática del sentido existencial: ¿cuáles son sus valores?, ¿por qué, y fundamentalmente para qué, está uno en este mundo?, o las famosas preguntas kantianas con las que termina el filósofo alemán su Crítica de la razón pura: ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar?, ¿qué es el hombre?.

Revista Ñ

Lou Marinoff, el autor de Más Platón, menos Prozac, se refiere al consejo filosófico como una “terapia para cuerdos”. En principio esto es así y resulta claro. Usted es una persona funcional, básicamente habilitada para trabajar, tomar decisiones y relacionarse. Pero vive molesta, con preocupaciones o sufrimientos cotidianos que le envenenan el día, y se pregunta si es necesario arrastrar esa disminuida calidad de vida o si podría acceder a una mejor. En ese caso, no hay duda de que resulta apropiado recurrir al Consejo Filosófico, porque usted tiene una inquietud “espiritual”.

En mi reciente libro Decatlón para ejercitar el alma. (Endorfinas Filosóficas), describo las claves para alcanzar “una buena vida”. Como decían los antiguos: “vivir bien”, en estado de serenidad, sin euforias desmesuradas ni depresiones autoflagelantes. El punto hacia el que convergen los senderos y el mapa de ruta que va marcando el libro, es la autoaceptación y el habilitarse para ser feliz. Se ofrecen respuestas pragmáticas y un amplio abanico de sugerencias para la práctica del buen vivir. El libro se inscribe en la línea del Consejo Filosófico de Lou Marinoff.

Yo llamo “espiritual” a cualquier intento de vivir mejor, con mayor plenitud, autoconciencia y un buen registro de los aspectos positivos de su vida, con los momentos de alegría y celebración que deberían suscitar. Hablo de aprender a evitar las quejas, las recriminaciones, el resentimiento, los temores y las ansiedades frente a las circunstancias adversas, que todo el tiempo nos acosan en la vida y que no dependen de nosotros. En el ámbito de la consulta filosófica usted puede desaprender esos posicionamientos erróneos —que adopta mecánicamente durante todo el día— y apropiarse de otras herramientas que le permitan enriquecer esas veinticuatro horas. Por ejemplo: ¿cómo se beneficia cuando morigera sus exigencias desmesuradas respecto de la vida y de los demás?; ¿y cuando aprende a desinflar su “ego”?; ¿y cuando asume que es responsable de lo que sí puede modificar?; ¿y cuando acciona con un propósito razonable en lugar de reaccionar pasivamente —como una pluma al viento— llevándose a sí mismo al autoboicot y al fracaso?

Sin embargo puede ocurrir que usted no esté “tan cuerdo”. Esto tiene diversos grados de complejidad. En el caso de la psicosis —lo que llamamos “realmente” locura— ya no me puedo dirigir más a usted, porque usted no está, ya no es más mi interlocutor. Por eso se habla de “alienación”. En este caso Platón no tiene cabida.

Pero usted puede “no estar tan cuerdo”, aunque sí lo suficientemente cuerdo como para leerme y entender. Quizá su dolor sea tan intenso que altere lo que debería ser su “sano sentido común” y piense y perciba distorsionadamente. Tal vez le vendría bien una psicoterapia, y debería encararla. No obstante, usted tiene conciencia de sí, aunque no sea su mejor momento de lucidez. Estas mínimas condiciones intelectuales —comprender lo que escucha y hacerse inteligible para otro— también lo hacen apto para el consejo filosófico.

Es que usted no accede a la consulta filosófica en calidad de paciente sino de persona. Usted, como persona no es ni se reduce a su trastorno psíquico. Su trastorno no le puede robar su derecho a buscar esa clase de bienestar que sólo se alcanza con “recetas” para el alma y de venta libre: los consejos espirituales.

Sólo porque usted es un ser que respira y que camina erecto —y que sabe que respira y que camina erecto— usted es un ser espiritual. Su andar y su respirar son ritmo y pulsación conscientes, si usted les presta atención. Y si usted les presta atención, verá que siempre los practica “desde” y “hacia” un centro inalienable, que es usted mismo autoafirmándose (sale de sí mismo para retornar siempre a sí mismo). Puede ocurrir que no camine, pero no puede no respirar. Si puede ensayar el “darse cuenta” de esto último, simplemente se sentirá existiendo.

Y sólo por esto, aunque padezca trastornos psíquicos, hay algo inalienable de su ser que lo mantiene igual al más funcional y armónico de los hombres, y le da los mismos derechos y las mismas oportunidades. Quizá su centro personal se halle un tanto opacado o desatendido, pero de todos modos está allí, aguardando por usted. Al igual que el más armónico y funcional de los hombres, usted, aún con su trastorno, mantiene el derecho a crecer y ser mejor persona.

Esta aventura es la que usted puede emprender con el Consejo Filosófico.

¿Quién soy? ¿Cómo llego a ser el que soy? ¿Cómo hago para ser auténticamente? ¿Cómo reconocer y favorecer mi vocación, aquello que estoy llamado a ser?

¿Alguna vez se hizo estas preguntas?

El espacio del diálogo con un consejero filosófico es el más apropiado para descubrirlas —si nunca se las hizo— o para encontrar las respuestas, si se las hizo pero se halla confundido.

Como en el mito de la caverna de Platón, aprenderá a distinguir también entre su apariencia y su realidad. Lo que usted es realmente, sólo por ser: bueno, bello y verdadero. ¿Necesita algo más para ser feliz?

No quiero decir con esto que en la consulta filosófica sus inquietudes tengan que ser planteadas en estos términos, pero sí a la luz de estos interrogantes, que le permitirán enfocar sus circunstancias desde una perspectiva más amplia, más universal. El consejero filosófico lo ayudará a ver el bosque más allá del árbol. La perspectiva más amplia —propia de la filosofía— aliviará su sufrimiento, reencauzará su pensamiento y facilitará salidas cuando las encrucijadas de la vida lo encuentren paralizado. Es un camino de paz.

Que tenga paz.

Artículo publicado por Silvia Bakirdjian en la Revista “Ñ” del diario Clarín el sábado 28 de noviembre de 2009, página 16.